20/2/11

Hola, soy un árbol

Antes de que lean este post debo aclarar que no se trata de uno ecológico. Además, para evitar especulaciones sobre plagios diré que este post está inspirado en tres cosas:

1. El libro "me llamo rojo" que leí hace poco, recomendado por mi amigo Diego Z (Asmodeus).

2. El pequeño libro que leí hace una semana sobre la teoría de la reencarnación de la religión krishna.

3. Inspiración propia (si le podemos llamar así).


SOY UN ÁRBOL

Hola, soy un árbol.

No es normal que los árboles nos sentemos a escribir sobre las cosas que nos pasan, sobre lo que sentimos o lo que pensamos, pero tampoco es normal que los árboles sintamos o pensemos, ¿verdad?, eso han de estar pensando todos ustedes. Para serles francos, yo también estoy algo extrañado, es que no es normal, yo mismo me sorprendí cuando me di cuenta de que sentía, pensaba, y a veces hasta creía que me hacían falta algunas partes para completarme y ser alguien, para poder saber exactamente qué era lo que me pasaba. En realidad no sabía cómo funcionaban las cosas en el mundo, hasta que empecé a verlo en los demás.

Una vez vi a un hombre acercarse a mí, y recostarse sobre mi tronco, tenía un libro (ahora sé que así se llaman) que estaba leyendo plácidamente, parecía que le reconfortaba recostarse sobre mí, leía con mucha alegría, no sé por qué pero yo lo sabía, sabía que él estaba feliz leyendo aquel libro, y yo era feliz dejándolo leer sobre mí, porque empezó a llegar muy seguido, casi siempre sobre la misma hora, y yo aprendí a leer con él. Leímos sobre un tal principito que veía el mundo de una forma distinta de los adultos, leímos sobre un tal Dante que recorría algo llamado “círculos del infierno”, leímos sobre un tal Ulises que atravesaba muchos peligros para regresar a su tierra. Leímos mucho durante el tiempo que él se pasaba conmigo, a veces me llamaba “amigo árbol”, y me conversaba, y poco a poco fui entendiendo el significado de esas palabras, y fui sintiéndolo así: “mi amigo”.

Un día mi amigo llegó un poco extraño, sus ojos tenían un color distinto, como rojizo, y estaban algo húmedos, como si se hubiera enjuagado recién, pero brillaban de un modo raro, y parecía que la humedad provenía de ellos. Entonces se sentó en el piso, como siempre, y se recostó sobre mí, pero ya no leía, no podía leer, lo sé porque yo tampoco podía hacerlo, y entonces se pasaba todo el rato haciendo sonidos raros, y mencionando un nombre de mujer, y luego se quedó dormido, profundamente dormido. Cuando despertó, sus ojos ya no estaban húmedos, pero su expresión seguía siendo la misma, parecía que ya no era mi amigo, el que todos los días llegaba a leer junto a mí. Se alejó caminando lentamente, mirando hacia abajo, como quien no quiere ver por dónde va, y así se fue mi amigo ese día, y no volvió a aparecer por el bosque de nuevo, y yo sentí algo extraño, como si quisiera que mi amigo regresara, algo que me hacía sentir mal, algo que fastidiaba, que dolía; no era como al principio, que me sentía bien porque sabía que volvería al día siguiente, esta vez sabía que no volvería, me sentía…triste.

Ese día supe que yo era diferente a los demás árboles, supe que yo pensaba en otras cosas, incluso tuve mis dudas sobre si de verdad ellos pensaban; los veía muy pendientes del sol, trataban de que ninguna de sus hojas quede sin exponerse al él, y yo no entendía por qué; siempre los veía tan serios, tan poco interesados en lo que podía haber en algún otro lado, en lo que podrían encontrar; en cambio yo quería salir, quería saber qué se escondía después del bosque, quizás más libros, quizás más amigos, o quizás podría descubrir por qué se fue mi amigo aquél día, a dónde, y por qué se sentía de esa forma, por qué se sentía...triste, por qué repetía el mismo nombre tantas veces. Ese día descubrí que yo era un árbol, pero que quizás no sólo era un árbol, quizás antes había sido algo distinto, un humano, como mi amigo, un humano que leía, y cantaba, y botaba ese líquido por los ojos cuando se sentía triste, un humano que lloraba, quizás tenía una historia que había querido olvidar y quizás por eso me había convertido en un árbol. Pero aunque fuera un árbol, aunque hubiera pasado la mayor parte de mi vida allí, en el mismo lugar siempre, nunca dejé de ser humano, nunca dejé de pensar en todo lo que quería ver, lo que quería conocer, lo que quería aprender, y nunca lo había sabido, hasta ese momento; pero, aún era un árbol, y era difícil dejar de serlo, y mi único amigo se había ido.

Pasé muchos días y muchas noches pensando en lo mismo, en cuánto quería ver y conocer, pasé mucho tiempo así, pero nunca supe cuánto, sólo sé que estaba allí, en la nada, esperando que algún día las cosas cambiaran, pero nada ocurría, todo era lo mismo cada día, ni siquiera tenía conciencia de cuándo era de día y cuándo era de noche, la luz del sol y la de la luna se me confundían, todos los árboles sabían cuándo era de día, amaban el sol y por eso amaban el día, yo solo amaba la esperanza de un día ver otros soles y otras lunas.

Entonces, un día alguien llegó. Era una joven de manos pequeñas, de mirada tierna y de amplia sonrisa, una sonrisa como jamás vi en mi amigo. Ella llegó cantando y bailando, y parecía como si todo el mundo se paralizara en esos instantes, y todos los árboles nos quedamos mirándola, porque era hermosa y era feliz, y nos traía felicidad a todos, y nos hablaba a todos como si entendiéramos cada palabra que decía. Entonces ella se quedó mirándome y sonriendo, parecía que sabía que yo era humano, se acercó y luego se agachó y recogió algo que había en el suelo…era un libro, sí, un libro, el mismo que había leído junto a mi amigo tanto tiempo, y todo este tiempo que había pasado, el libro había estado allí, y yo no lo había visto. Ella lo tomó y empezó a revisar las páginas, con una gracia y un cuidado únicos, iba revisando página por página, recostada sobre mí, y empezó a leer aquél último libro que yo había leído con mi amigo, lo volvimos a leer juntos, cada tarde, porque ella no tenía otros, pero cada vez que lo leía, el libro parecía diferente, parecía contar otra historia.

Ella llegaba todas las tardes, a cantar y a leer, y por las noches y por las mañanas yo solo esperaba volver a verla, ya no pensaba tanto en irme del bosque, en encontrar otros soles y otras lunas, esperaba que ella llegara. A veces ella me abrazaba mientras sonreía, y yo era feliz; yo también quería abrazarla, pero mis brazos no conseguían rodearla, se quedaban inmóviles, mirando hacia el sol, con sus hojas tan verdes, moviéndose al compás del viento. Y mis piernas, tan estáticas no me dejaban seguirla cuando se iba, como no pude seguir a mi amigo, el lector. Yo esperaba cada día de la misma forma, y ella siempre llegaba, y yo estaba seguro de que llegaría el día siguiente, y me volví un árbol hermoso, con una gran copa, frondosa y verde, mucho más hermoso que todos los demás árboles tontos, que solo pensaban en seguir allí, y que solo se acordaban de ella cuando la veían, tontos.

Ese día su abrazo fue más fuerte que de costumbre, duró más tiempo. Yo, sin saber por qué, me sentía intranquilo, fue un abrazo hermoso pero me hizo tener miedo, ese día conocí ese sentimiento, tenía miedo de lo que podría pasar, de lo que podría significar el abrazo que me daba. Ella me quedó mirando y su sonrisa se partió; entonces, dejó el libro a mis pies, como cuando lo encontró, y se despidió: “Adiós arbolito, ojalá algún día nos volvamos a ver”. Se fue, así como había llegado, de un momento a otro. Ese día entendí cómo se había sentido mi amigo, lo supe, porque quería tener ojos para poder llorar, no quería estar unido al piso para así poder recostarme y quedarme dormido, quería gritar el nombre de ella, como mi amigo había gritado aquella vez, pero no podía, y seguí allí de pie como siempre, como he estado cada día desde que lo recuerdo.

Ahora lo sé, yo la conocí antes, cuando era humano; no era ella, pero era ella, así como antes yo no era yo. La conocí en esa época, hace quién sabe cuántas décadas, siglos o milenios, sé que era ella. La conocí y me enamoré de ella, igual que ahora, y la seguía para verla jugar en los bosques y saltar de un lado a otro. Igual que ahora, también en ese entonces ella se pasaba los días abrazando los árboles... lo que habría dado yo en esos momentos por ser un árbol y recibir uno de esos abrazos. Yo estaba enfermo en esos días, sabía que no me quedaba mucho tiempo de vida, y en esos últimos instantes deseé ser un árbol, uno que sea abrazado siempre por ella. Ese es el último recuerdo que me queda de mi vida humana, una vida que no sé si extraño, porque hay cosas que aún no sé si siento.

No sé si pasaré lo que me queda de vida como un árbol. Es posible que alguien llegue a talarme y me transformen en un mueble que ella algún día toque, o quizás no, quién sabe, quién sabe si moriré de viejo, o quién sabe si pronto despertaré y seré un humano nuevamente, un humano que vaya al bosque a leer un libro y de vez en cuando lloré por alguna ella, pero que no quiera volver a ser un árbol.